
Un personaje de corpulencia bien proporcionada, tez blanca, barba poblada y ojos garzos, correctamente vestido y de maneras distinguidísimas, se acercó á la familia del administrador y entabló el siguiente diálogo con doña Guadalupe:
—Dispense usted, señora, vengo á hacerle una súplica.
—Pase usted, caballero. ¿Usted es el señor Iglesias?
—Sí, señora, para servir á usted.
—-¡Siéntese usted y mande lo que guste, que para eso estoy, para servir a tan buenas personas,
—Gracias, muchas gracias
—,y el señor Iglesias acompañó sus palabras con una exquisita sonrisa y una discreta reverencia.
—Conque diga usted, caballero.
—Le suplico tenga la bondad de ofrecer en persona la mejor habitación que pueda usted facilitarnos al señor Presidente de la República,
—Con mucho gusto. Mire usted, aquella pieza que está en el rincón es la mejor y tiene dos camas.
—Está bien; entonces esa pieza que sea para el señor Presidente y don Guillermo Prieto.
—y,Cómo? ¿también está aquí don Guillermo Prieto? ¿el poeta?
—Sí señora, el poeta:
—¡Magnífico! ya conocí á don Benito, ahora tendré el gusto de conocer á don Guillermo.
—Yo tendré el gusto de presentarle á tan buen amigo.
—Gracias, señor Iglesias.
Y doña Guadalupe se fue al comedor á hacer los últimos preparativos para la cena. Acababan de sonar las ocho de la noche En el reloj de la sala, contigua al comedor; el gran presidente se puso en pie y todos los comensales hicieron lo misino; unos criados cargaron violentamente con las sillas, y el grupo de venerables patricios desfiló a las a fueras del patio, hacia el improvisado templete que los soldados y peones, a las órdenes de un capitán, habían dispuesto como por encanto.
El Nazas seguía corriendo tranquilamente, arrullando con su tierno rumorar el sueño indolentemente apacible de sus náyades; la poética luna rielaba sobre las linfas y pascaba con donoso garbo su blanca faz sobre el longincuo espejo. Las estrellas, eternas envidiosas de Selene, titilaban á la espalda de ésta, como haciéndose mutuos guiños para motejarle su incorregible coquetería. Mecíase muellemente el ramaje al impulso de la brisa y el pabellón de la República izado en el templete, en el sitio de honor, flameaba gallardamente. La gasa de niebla que envolvía las altas crestas de las montanas había terminado por esfumarse. Ni nubes en el cielo, ni lobregueces en el escenario, ni fatiga en el cuerpo, ni abatimiento en el espíritu, ¡todo ello no era sino el sibilino prenuncio de las futuras victorias!.
El C. Presidente tomó asiento y á sus lados se colocaron los Ministros de Estado y demás miembros ilustres de la peregrinación; allí estaba Lerdo de Tejada, Iglesias, Balcárcel, Goytia, Manuel Ruiz, y Guillermo Prieto. La parada militar se componía modestamente de la escolta presidencial y el Batallón de Guanajuato. ¡En aquel grupo de honrados ciudadanos estaba la Patria, allí estaba la República, la Ley omnipotente, la honra nacional, la santa Democracia,! ¡Guay de los menguados que en la lejana capital se habían erigido en risibles constructores de castillos en el espacio! ¿ Dónde estaban los patriotas de otros días? Los que juraron la Constitución de 57? ¿Los que salieron de México con el Presidente dispuestos á compartir las duras penas de la vida trashumante y azarosa? ¡Oh, vergüenza, muchos de ellos con beatífica humildad se habían puesto bajo la protección del exótico Imperio! No importaba; Juárez era, el salvador, el invencible, "el genio de la voluntad;" es decir, todo lo que la patria necesitaba para el triunfo.
• Por eso ¡Viva el señor Juárez! fue el primer hosanna que repercutió la sierra madre en aquella memorable fecha. La noche anterior, 15 de Septiembre, se había celebrado un acto cívico, sin previa formalidad, en la Noria Pedriseña, en el cuál Manuel Ruiz había improvisado una patriótica alocución dirigida de modo especial á los fieles soldados, con el fin preeminente de ensalzarles la magna obra de Hidalgo á la par que sus truculentas desdichas al atravesar el desierto, desdichas que tenían resonante y lejano eco en las actuales circunstancias, Como respuesta á las elocuentes palabras de Ruiz, el ronco tronar del cañón anunciaba la proximidad del enemigo. No había disyuntiva, al día siguiente, el gran día de la patria, fue necesario avanzar hasta la hacienda de El Sobaco; allí el mismo Presidente fue el promotor de la celebración de la Independencia, como una nueva protesta de fidelidad al deber, como un anatema lanzado al rostro de los inicuos. ¿Qué mejor sitio para la gran remembranza que aquel rincón de la República donde acariciaba el hálito de la libertad y donde se invocaba al Dios de la naturaleza, como el mejor testigo de la justicia nacional? Silencio solemne iba á hablar Don Guillermo Prieto.
A una señal del señor Juárez el orador se puso en pie, y dijo más ó menos: Ciudadano Presidente, Conciudadanos; En esta fecha de gloria imperecedera nuestros pechos laten al unísono, al impulso de un solo sentimiento, el patriotismo; bajo la inspiración de una idea santa, la libertad; y al arrullo de una misma madre, la patria. He aquí la trinidad sublime de nuestra devoción, de nuestros holocaustos, de nuestros sueños y esperanzas. ¿Habrá poder humano que arranque de nuestras almas la fe? ¿Habrá, esclavistas del pensamiento que sujeten con cadenas y grillos el mirífico ideal que nos anima? No; estamos á salvo de inquisidores y lémures, porque la mano de Dios nos guía, como á los israelitas en el desierto, y las sombras venerandas de Hidalgo y Morelos nos fortalecen con su aliento, su vida y su gloria…………………………..
La patria es inmortal, es grande, es divina, y en estos momentos, vos, señor Presidente, representáis á la patria con vuestra firmeza y justicia, con vuestra fe y abnegación, con vuestros sacrificios y esperanzas. ¿Qué importa que acosado por el enemigo extranjero y las mesnadas de la traición tengáis que recorrer el camino del Calvario si á la postre—vencedor ó vencido, no importa—la historia y la gratitud nacional os elevarán hasta, el monte de la Transfiguración? La. sentencia está escrita… el honor de la República á salvo… esperemos tranquilamente el día de la justicia La independencia es el legado más cuantioso de nuestros padres, por eso luchamos por ella. La. independencia proclamada en Dolores fue el grito de redención, el testamento de nuestras libertades sellado con sangre generosa de mil héroes, poreso propulsamos la usurpación y derramaremos con gusto hasta la última gota de nuestra sangre. Que contraiga el rostro del usurpador la risa mefistofélica de su desprecio para nosotros, que nos cree moribundos y con nosotros á la patria; no importa, aquí tenemos al hijo predilecto dé la patria, á su salvador, al gran Juárez que no desfallece porque es de bronce, porque es como la robusta encina que no tiembla ante los embates de la tempestad, como estas montañas que soportan impasibles las descargas fulmíneas de los rayos……….
Ruinas de la Hacienda del Sobaco en Sta. Teresa de la Uña, Nazas, Dgo.
.........Don Benito se adelantó hacia el orador y ambos patriotas se confundieron en un prolongado abrazo.
La Primera Foto fue un obsequio del Profesor Hipolito Arreola Chacon y las otras fotogrfias fueron tomadas por un servidor en un reciente viaje a Nazas, Este libro se encuentra en la Biblioteca del Tecnológico de Monterrey Campus Saltillo y Gracias a nuestro amigo Gabriel Ríos Burciaga que nos dio todas las facilidades para tener acceso a el para poder leerlo, en la transcripción de archivo PDF a Word nos ayudo nuestra amiga Lucero Aguilera Carrillo quien es originaria de Nazas, Dgo. y aprovechando el momento le mandamos nuestro mas sentido pésame por el fallecimiento de su querido Padre el Sr. Arturo Aguilera Ríos que falleció el 19 de Julio en la ciudad de Gómez Palacio, Dgo en paz descanse.
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