martes, 24 de agosto de 2010

Emilio Campa, Prisionero de los EE. UU.


Articulo investigado por nuestro amigo Gabriel Ríos, tomado del libro "MEMORIAS DE ADOLFODE LA HUERTA" en el CAPÍTULO PRIMERO (Segunda parte) http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/historia/adolfo/1_1.html

Emilio Campa, prisionero en los EE. UU.
“En aquel combate cayó herido, entre otros, el orozquista José Inés Aguilar; herido también Salazar cruzó la línea divisoria entre Naco y Agua Prieta y Emilio Campa siguió, haciendo una correría extraordinaria con su gente, rumbo a Magdalena, luego tomó por el distrito de Altar, llegó a la línea divisoria y la cruzó, siendo aprehendido por las autoridades norteamericanas juntamente con su mujer o su amante, que iba disfrazada de hombre y aparecía como un jovencito su ayudante.”

Algún tiempo después de los acontecimientos antes referidos, el señor De la Huerta, en compañiade algunos amigos, fue a ver a Enrique Anaya, que era el representante maderista en Tucson y éste les informó.

- Aquí tenemos unos individuos sospechosos que aún no han sido identificados por las autoridades.

La mayor parte de las autoridades de Tucson, en aquella época, eran mexicanas.

- Pues vamos a verlos -dijo don Adolfo- que llevaba en el bolsillo unas postales obsequiadas por Roberto González Caballero, agente de la cervecería de Orizaba, y a quien había encontrado enDouglas. Era una colección de postales del orozquismo en Chihuahua.

Fueron a ver a los prisioneros como a las once de la noche, pues Enrique Anaya estaba en muy buenas relaciones con las autoridades y consiguió que les dejaran pasar al interior de la prisión, que era un edificio de dos pisos. Allí encontraron varios individuos y de entre ellos, el señor De la Huerta distinguió a alguién que identificó como uno de los que aparecían en una tarjeta postal como abanderado del orozquismo.

- ¿Quiénes son ustedes? -inquirió-. Y a la hora en que se hacía la visita y el aplomo con que se interrogaba, los interesados probablemente creyeron que eran miembros de la policía americana.

- Pues nosotros venimos en busca de trabajo.

Entonces el señor De la Huerta, mostrándole la tarjeta postal, le preguntó si conocía al individuo aquél. El pobre sólo pudo fingir que bostezaba para volver el rostro hacia la pared.

Después los visitantes subieron al piso alto y allí, tras una reja, encontraron dos detenidos más. El señor De la Huerta no conocía a Emilio Campa por más que habían sido correligionarios allá por la época del magonismo. Estaban en dos catres; Campa, bajo de estatura, de bigote y su acompañante con el aspecto de un jovencito pero que era en realidad una mujer vestida de hombre. El señor De la Huerta le dirigió la palabra llamándole por su nombre, pero Campa no le contestaba ni daba señales de haber despertado. Entonces don Adolfo, que traía un periódico en la mano, lo dobló y se lo lanzó por entre los hierros de la celda pues parecía profundamentedormido y probablemente así era dado que su cansancio ha de haber sido terrible. Logró así despertarlo.

- ¿Cómo le va, Campa?

Y el interesado, creyendo que eran miembros de la autoridad, negó:

- Yo no soy Campa; yo soy Juan Mendoza.

- ¿De qué oficio es usted?

- Farmacéutico.

- ¿Dónde trabajó últimamente?

- En el Paso.

- ¿Cómo se llamaba la negociación donde trabajó?

- No lo recuerdo.

- ¿No recuerda el nombre de la casa donde estuvo empleado? ...

- Pues no recuerdo.

- Usted no debe negarlo; usted es Campa. Nos está haciendo perder el tiempo nada más porque tenemos que comprobar que usted es Emilio Campa.

- Si, soy Emilio Campa-estalló-, ¿y qué? Vengo luchando por mi pueblo, vengo luchando por la vindicación de las clases proletarias ... Y siguió con frases por el estilo, llenas de fuego, como si estuviera en la tribuna.

- Bien, así es como debe conducirse -dijo el señor De la Huerta-; y cuando, satisfecha su curiosidad, los visitantes comenzaron a retirarse, don Adolfo se separó y dijo en voz baja:

- Oiga, Campa, yo no soy de las autoridades de aquí; soy enemigo político de usted ahora. Pero usted hace muy mal en estar ocultando su verdadero nombre y condición. Diga usted que es refugiado político y lo dejarán en libertad, porque no tienen motivo para encarcelarlo.

- ¿Quién es usted?

- Adolfo de la Huerta.

- Muchas gracias, y le tendió la mano por entre los hierros de la reja. Años después, cuando el señor De la Huerta ocupaba el puesto de cónsul general en Nueva York, Emilio Campa fue a darle las gracias, pues siguiendo su consejo se había declarado refugiado político y había sido puesto en libertad por las autoridades norteamericanas.

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